Recuerdo que algunos años atrás que la pregunta que se escuchaba en más de una oportunidad era: “¿Dónde están los jóvenes?”. Hoy, gracias a Dios, en muchas comunidades de fe se puede decir con alegría: los jóvenes están acá, están en la Iglesia. Desde un tiempo a esta parte creo que en la mayoría de nuestras comunidades hay mayor presencia de jóvenes. Esto se debe, en gran manera, a la organización de los jóvenes desde el equipo nacional junto con los diferentes referentes regionales y a los esfuerzos realizados desde cada comunidad de fe.
La presencia de los jóvenes plantea una cuestión acerca del lugar que ellos ocupan dentro de la iglesia. Es decir, qué roles asumen, en qué áreas participan, para qué son convocados, si son consultados o no, si forman parte de instancias de decisión, etc. Propongo que pensemos en dos paradigmas diferentes que marcan el lugar que los adultos damos a los/las más jóvenes.
Un paradigma precarioUn primer paradigma tiene que ver con una frase que seguramente hemos dicho o escuchado en nuestra iglesia: “los jóvenes son el futuro de la iglesia”. La idea que está detrás de esta expresión, en la mayoría de los casos sin mala intención, es que ya va a llegar el momento en que la iglesia va a ser de los jóvenes, quizá, irónicamente, cuando dejen de serlo. De alguna manera, están en la iglesia, pero no es de ellos, no les pertenece, porque son el futuro de la Iglesia y el futuro todavía no llega. En lo que decimos y afirmamos los tenemos en cuenta, pero no de hecho, en la vida y caminar de la comunidad. En este paradigma la Iglesia es mayormente de los adultos de la comunidad de fe.
Un paradigma superador
El segundo paradigma, más avanzado, lo podemos identificar con la expresión: “los jóvenes no son el futuro de la iglesia, son el presente”. La idea que se encuentra detrás de esta afirmación es que la Iglesia no va a ser de los jóvenes en algún momento, sino que la Iglesia hoy es tanto de ellos como de los más grandes, los adultos y mayores. Es decir, que la Iglesia le pertenece a todos y todas los/las que forman parte de ella . Sin lugar a dudas, este paradigma nos permite entrar en las cuestiones que mencionamos al principio: Cuál es el lugar que ocupan los jóvenes dentro de la Iglesia.
En algunas comunidades pareciera que los jóvenes son la mano de obra barata. Se los convoca especialmente para jornadas de limpieza, campamentos de trabajo, mejoras edilicias, mover cosas pesadas, etc. Con esto no quiero decir que los/las jóvenes no pueden ser convocados para estas cosas, todo lo contrario. Pero no debe ser lo único para lo que se les convoque, como si su única capacidad fuera esa. Un buen ejemplo sería haberlos convocado a la instancia dentro de la Iglesia en la que se decidió realizar la jornada de limpieza, por ejemplo. Es decir, convocarlos en las instancias de toma de decisiones.
Como identifica la CEPAL , existen por lo menos cuatro tipos de políticas de juventud . Políticas para los jóvenes, que terminan siendo asistencialistas; políticas por los jóvenes, que tienen tintes heroicos y adoctrinantes; políticas con los jóvenes, con instancias de participación; y finalmente, políticas desde los jóvenes, siguiendo iniciativas propias.Tenemos que reflexionar sobre el lugar que ocupan los jóvenes dentro de nuestras comunidades de fe y con cuál de estas políticas de juventud se identifica, o se debe identificar la Iglesia toda. ¿Somos comunidades que hacemos o pensamos cosas para los jóvenes? ¿Somos comunidades que pensamos por los jóvenes? O damos un paso más y nos arriesgamos a dialogar y a decidir juntos qué hacer en instancias participativas, o mejor aún, los animamos a que directamente nos propongan qué hacer y cómo hacerlo.
Vencer prejuicios y ser inclusivosEstas dos últimas posibilidades, hacer y pensar la Iglesia, su vida y misión con y desde los jóvenes es el desafío que tenemos todas y cada una de nuestras comunidades de fe. Los adultos debemos vencer prejuicios que traemos en nuestras mochilas de vida, que quizá sufrimos en nosotros mismos cuando éramos jóvenes. Debemos superar el temor de tratar con personas diferentes a nosotros, no sólo en edad, sino en costumbres, modos de expresarse, de vestirse, de conducirse en la vida, y obviamente, también en la Iglesia.
Hemos escuchado en más de una oportunidad la necesidad y mandato evangélico de ser comunidades inclusivas. Esto no sólo quiere decir que abramos las puertas a nuestros barrios y distintas realidades en medio de las que están insertas nuestras congregaciones, sino también ser inclusivos con todos y todas los que integran la comunidad de fe. Es necesario que nuestros/as jóvenes vivan la iglesia como el lugar en el que viven su fe en comunidad y en donde sirven al Reino de Dios. Esto no es algo que sólo debemos hacer los adultos y los mayores. Los/as jóvenes también deben ser inclusivos con todos los que integran la comunidad de fe.A modo de ejemplo, recuerdo cuando tenía alrededor de 17 años, la pastora de la congregación –Silvina Cardoso- había desafiado al grupo de jóvenes a hacer y dirigir un culto dominical. En esa instancia debatíamos acaloradamente si incluíamos algún Himno o no lo hacíamos. Como jóvenes, nos costaba entender que la inclusión en la comunidad de fe, debe ser de todos/as para todos/as y no sólo de los adultos y mayores hacia los jóvenes.
Jóvenes comprometidos
Como afirma el Pastor Fernando Suárez, hoy se puede ver mucha más participación ciudadana de los jóvenes en nuestro país que en años anteriores. Los jóvenes se involucran en actividades solidarias, realizan tareas como voluntarios/as en diferentes organizaciones, participan en agrupaciones políticas, etc., intentan cambiar una realidad que no quieren por una mejor. Han abandonado la apatía social que desde los medios era señalada . En este sentido, debemos recuperar la idea de trabajar desde la Iglesia por ese mundo mejor que necesitamos y anhelamos, ese mundo que está estrechamente vinculado con el Reino de Dios en medio nuestro. Debemos recuperar la idea de vivir vidas comprometidas y consagradas al servicio de Dios en medio de nuestro prójimo. La Iglesia debe ser el lugar por excelencia desde el que trabajamos por “otro mundo posible”.
Son muchos los desafíos que tenemos por delante, pero sin dudas, estamos mejor que tiempo atrás. Será necesario ponernos a pensar qué Iglesia somos y qué Iglesia queremos ser, quiénes tienen lugar y qué lugares tienen.
Quiera Dios acompañarnos e iluminarnos para ser verdaderas comunidades inclusivas y participativas que puedan hacer realidad lo que afirman cuando cantamos: “Por eso, ven, entra a la rueda con todos, también tu eres muy importante, ven”.
Pastor Maximiliano A. Heusser
IEMA en Temperley